Este lugar pretende ser un caótico baúl sumergido en el océano del secreto. Una bitácora donde se encuentren todos los temas estremecedores del corazón humano. Esas sensaciones perturbadoras de vulnerabilidad ante lo desconocido, ya provenga del mundo invisible, los vacíos cósmicos, o los abismos de deseos prohibidos ocultos, cuyas hebras se tejen en nuestra propia alma. Desde que experimentó por primera vez esas sensaciones, el hombre ha intentado plasmarlas de forma artística para poder conjurarlas y salvarse de su propio miedo. Lo que vas a encontrar al abrir la tapa no es para todos los gustos, por eso se guarda en un arcón de la mente. Por lo tanto... Pasad libremente, y por vuestro propio pie... Tomad asiento y disfrutad de una poética del horror.

viernes, 20 de enero de 2012

El negocio familiar




    Cómo te puede cambiar la vida en un instante.

    Siempre pasan cosas así en el turno de noche: gente con botellas en el culo, con muñecas Barbie en el culo, con perros en el culo. Un día llegó un viejo que se había caído accidentalmente sobre un bote de gel de ducha, de esos que vienen con una oferta del veinte por cierto extra. Lo trajo su mujer del brazo. He dejado a mi relevo dos fulanas rajándose en la sala de espera. A una de ellas habrá que coserle la herida de la cara, otra vez. Malditas zorras. Pero claro, esto no lo puede decir un residente. Menos aun cuando sólo quedan unos meses para terminar.



    Pero todo eso se puede ir a la mierda en un minuto porque el primo no es capaz de mantener cerrada su jodida boca. Son las tres de la mañana, y todavía tengo que hacer yo de conductor de la camioneta frigorífica. Ya me dijo mi padre que sacar adelante una empresa, a la vez que estudiaba, iba a ser complicado. Pero oye, le gustó que fuera emprendedor, con dos cojones. Empresario cárnico y médico. Además, transportista. Y, ahora, por culpa de este pollabrava, voy a ser una futura eminencia carcelaria. Creo que no serviría de nada intentar untarles con pasta.

    Para colmo, tengo que escuchar todas las putas voces. Almas en pena. ¡Dos cojones! Se lo pasan de puta madre cuando quieren.

    Estamos en un cruce de la vía de servicio. Las tres y media de la mañana. Tengo que hacer la entrega a las cinco. Primero pasar por nuestro matadero. Recoger el género. “Hamburguesas El Toro Italiano: las más sabrosas del mundo”. Y tienen razón. Son buenas. Se están vendiendo como si tuvieran dentro billetes de 20 euros. Si no me gustara tanto la medicina quizá me plantearía estar al 100% en este negocio. Pero oye, todo está conectado en la vida.

    La madrugada iba como la seda cuando a mi primo sólo se le ocurre asomar la cabeza y sacar la polla por la ventana para enseñársela a dos policías paradas junto a una rotonda en su coche patrulla. Con la cantidad de fulanas que hay en el polígono y tiene que hacer, precisamente, eso y delante de la Nacional. Estarían haciendo tiempo para fisgonear en el poblado gitano que hay cerca.

    Puedo ver a de las policías acercándose a través del retrovisor. A su lado hay un hombre bajo que la sigue. Tiene la cara destrozada. Intenta tocarla, con pena. Me mira a través del espejo y sus ojos muertos se clavan en los míos. Debe de ser su padre. Lleva un uniforme repleto de agujeros de bala. El más grande decora su frente de apariencia serosa: gotea algo de ectoplasma espeso y rancio por el orificio. El tío debe haber sangrado pero bien mientras moría. La chavala está buena la verdad. La madre debía ser un bombón. No creo que haya nada de jugo de huevos del padre en el mapa genético de esta modelo de uniforme. Me pide la documentación. Se la doy. Todo en regla, salvo que llevo un puto subnormal puesto de cocaína que está jadeando como un collie mientras se rasca la cabeza. Nos indica que salgamos del vehículo. No paro de repetirle que mi primo es disminuido. Que no tiene la culpa. Que se lo tome, amablemente, como un cumplido.

    Bajamos del coche y me doy cuenta de que aún llevo puesto parte del pijama de hospital. No me ha dado tiempo ni a cambiarme. Parecemos una burla de Igor y el Doctor Frankenstein.

    Hay un tío sin piernas arrastrándose por la cuneta. Tampoco tiene cabeza. Desde que he salido de la camioneta ha repetido su propio atropello cinco veces mientras la otra policía, una morena sudaca cuyo culo parece una factoría de compresión de heces, está escribiendo la multa. Aún no han llamado a central. Quizá pueda ganar tiempo. La tía se ríe ofensivamente de mi atuendo mientras veo otra recreación del atropellado y su torso tambaleante desmenuzándose por el asfalto. Nadie más aquí puede verlos. Mi abuelo decía que yo era una vergencia nigromántica natural. No sé muy bien a qué se refería, pero sí recuerdo que, al principio, verlos acojonaba mucho. Me atormentaban por las noches, siendo niño, hasta mearme en la cama. En muchas ocasiones, son como ese de la calzada, autómatas repitiendo su propia muerte como esos cíclicos vídeos porno de algunos bares. Otros sólo quieren ser escuchados. Que vayas a decirle a su querida esposa: "el código de la caja fuerte es la fecha del aniversario de nuestra boda". Lo siento tío, tu mujer ya está gimiendo debajo del jardinero en las Bahamas después de planificar tu asesinato y cobrar el seguro. Esos son los que más coñazo dan, parecen putas telenovelas andantes. Incluso hay noches que te puedes dormir como si tuvieras la radio puesta. Algunos son como la policía de los muertos. Vigilan que no se ande jodiendo de un lado para el otro y viceversa. Los tíos como yo no les caemos muy bien. Y, luego, algunos hay que quieren hacer daño a todo lo que se mueve. Esos sí que son chungos de verdad. Si les cabreas estás bien jodido: la cosa se puede convertir en el Panarnomal Activity mezclado con Braindead. El abuelo también puede verlos. La mayoría se van si cierras los ojos y no les haces caso. Me dijo que con el tiempo aprendería que son mucho más útiles de lo que creía. Me dejó algunos libros. Viejos manuscritos sobre cómo sacar imágenes en los ojos de los recién muertos y de las cosas sin resolver que no dejan avanzar a los difuntos.

    Mi primo está contra la furgoneta. Le están cacheando. Acaba de mojar los pantalones. Está gimiendo como si la morena le hubiera hecho la mejor paja de su vida. Vaya corrida, ni que fuera un burro. La rubia mira repugnada. No tiene estómago de verdadero policía. Con la mano sobre el revolver me pide que abra las puertas del congelador. Mientras lo hago, no puedo evitar decírselo. El pobre no ha parado de suplicarme y gimotear mientras su adorada prole ejerce la profesión que él le enseñó a amar.

—Tu padre quiere decirte que está orgulloso de ti, eres una buena policía...— Susurro mientras se lo describo físicamente. La morena tiene los ojos como platos, debía conocer también al viejo. Posiblemente fuera su jefe, o quizás le haya visto en alguna foto. Craso error el distraerse. Se han transformado en una hoja de otoño temblando bajo el aliento de la noche.

— Dice que llegarás lejos. Que podrás vengarle de esos cabrones. Lo que me trae a colación... 

    Abro la compuerta. Ven los cadáveres de los niños. La epidemia en la barriada gitana cerca del vertedero. Hoy han sido siete que nadie echará de menos. Antes de que la morena pueda gritar, mi primo ya ha saltado sobre ella eléctricamente. Siempre fue un tipo rápido. Le está devorando a mordiscos la garganta. Tiene la manía de afilarse los dientes. Cuando se pone así, parece un congrio cabreado. La modelo no tiene ni tiempo de reaccionar, está vomitando por el hedor cuando le atrapo la mano y le quito el revolver. Lo último que veo son sus enormes ojos azules antes de regalarle un tiro entre ceja y ceja. Al final estaba equivocado: es igualita que su padre; quien, por cierto, me está mirando carcomido por ese odio impotente que sufren todos los invisibles cuando pasan cosas de estas. Le apunto con la pistola, aún humeante, es un gesto muy del cine negro, me encanta hacerlo. El primo ya está cargando a las dos dentro de la furgoneta. Miro mi reloj, las cuatro. Tenemos tiempo de meter a los niños en la trituradora, y echarles las especias, para la entrega en esa hamburguesería de clase alta que se ha puesto tan de moda. El torso del atropellado vuelve a mostrarse en una eterna rutina que alcanzará el fin de los tiempos.

— Voy a guardar su cadáver congelado dos semanas. Después, por respeto, incineraré la mayor parte. El resto aparecerá en el territorio de esa banda que te frió a tiros. Prepararé las pruebas para que les incriminen. Irán a por ellos. Por lo menos tendrás venganza. Tengo buen corazón. Si me das problemas, empiezan a llover ranas, chorrean sangre las paredes, o alguien del otro lado me quiere tocar los cojones... le daré su congelado cuerpito de actriz porno aquí a mi primo. Se lo follará hasta que se descongele como va a hacer con el de su compañera. Supongo que no has llegado a ver Nekromantik ¿no? Buf, soy un fanático del buen cine. Luego lo picaré y se lo comerán entre pan de centeno, recién horneado, en los restaurantes más selectos de la ciudad. ¿Entendido? 

    Se desvanece limpiamente afirmando con la cabeza. Incendiamos el coche patrulla. Son las cinco menos cuarto. Estamos a tiempo. Es lo que tiene compaginar oficio y estudios, es la ostia de cansado. Pero oye, son las mejores hamburguesas de la ciudad. Las pagan muy bien. Es el negocio familiar y nos gusta trabajar duro. Médico y empresario cárnico.

    Todo está conectado en la vida.

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