Cómo te puede cambiar la vida en un instante.
Siempre pasan cosas así en el turno de noche: gente con botellas en
el culo, con muñecas Barbie en el
culo, con perros en el culo. Un día llegó un viejo que se había caído accidentalmente
sobre un bote de gel de ducha, de esos que vienen con una oferta del veinte por
cierto extra. Lo trajo su mujer del brazo. He dejado a mi relevo dos fulanas rajándose en la sala de espera. A una de
ellas habrá que coserle la herida de la cara, otra vez. Malditas zorras. Pero
claro, esto no lo puede decir un residente. Menos aun cuando sólo quedan unos
meses para terminar.
Pero todo eso se puede ir a la mierda en un minuto porque el primo no es capaz de mantener cerrada su jodida boca. Son las tres de la mañana, y todavía tengo que hacer yo de conductor de la camioneta frigorífica. Ya me dijo mi padre que sacar adelante una empresa, a la vez que estudiaba, iba a ser complicado. Pero oye, le gustó que fuera emprendedor, con dos cojones. Empresario cárnico y médico. Además, transportista. Y, ahora, por culpa de este pollabrava, voy a ser una futura eminencia carcelaria. Creo que no serviría de nada intentar untarles con pasta.
Para
colmo, tengo que escuchar todas las putas voces. Almas en pena. ¡Dos cojones!
Se lo pasan de puta madre cuando quieren.
Estamos en un cruce de la vía de servicio. Las tres y media de la mañana. Tengo
que hacer la entrega a las cinco. Primero pasar por nuestro matadero. Recoger
el género. “Hamburguesas El Toro Italiano: las más sabrosas del mundo”. Y
tienen razón. Son buenas. Se están vendiendo como si tuvieran dentro billetes
de 20 euros. Si no me gustara tanto la medicina quizá me plantearía estar al
100% en este negocio. Pero oye, todo está conectado en la vida.
La madrugada iba como la seda cuando a mi primo sólo se le ocurre
asomar la cabeza y sacar la polla por la ventana para enseñársela a dos
policías paradas junto a una rotonda en su coche patrulla. Con la
cantidad de fulanas que hay en el polígono y tiene que hacer, precisamente, eso
y delante de la Nacional. Estarían haciendo tiempo para fisgonear en el poblado
gitano que hay cerca.
Puedo ver a de las policías acercándose a través del retrovisor. A su lado hay
un hombre bajo que la sigue. Tiene la cara destrozada. Intenta tocarla, con
pena. Me mira a través del espejo y sus ojos muertos se clavan en los míos.
Debe de ser su padre. Lleva un uniforme repleto de agujeros de bala. El más
grande decora su frente de apariencia serosa: gotea algo de ectoplasma espeso y
rancio por el orificio. El tío debe haber sangrado pero bien mientras moría. La
chavala está buena la verdad. La madre debía ser un bombón. No creo que haya
nada de jugo de huevos del padre en el mapa genético de esta modelo de
uniforme. Me pide la documentación. Se la doy. Todo en regla, salvo que llevo
un puto subnormal puesto de cocaína que está jadeando como un collie mientras
se rasca la cabeza. Nos indica que salgamos del vehículo. No paro de repetirle
que mi primo es disminuido. Que no tiene la culpa. Que se lo tome, amablemente,
como un cumplido.
Bajamos del coche y me doy cuenta de que aún llevo puesto parte del pijama de
hospital. No me ha dado tiempo ni a cambiarme. Parecemos una burla de Igor y el
Doctor Frankenstein.
Hay
un tío sin piernas arrastrándose por la cuneta. Tampoco tiene cabeza. Desde que
he salido de la camioneta ha repetido su propio atropello cinco veces mientras
la otra policía, una morena sudaca cuyo culo parece una factoría de compresión
de heces, está escribiendo la multa. Aún no han llamado a central. Quizá pueda
ganar tiempo. La tía se ríe ofensivamente de mi atuendo mientras veo otra
recreación del atropellado y su torso tambaleante desmenuzándose por el
asfalto. Nadie más aquí puede verlos. Mi abuelo decía que yo era una vergencia
nigromántica natural. No sé muy bien a qué se refería, pero sí recuerdo que, al
principio, verlos acojonaba mucho. Me atormentaban por las noches, siendo niño,
hasta mearme en la cama. En muchas ocasiones, son como ese de la calzada,
autómatas repitiendo su propia muerte como
esos cíclicos vídeos porno de algunos bares. Otros sólo quieren
ser escuchados. Que vayas a decirle a su querida esposa: "el código de
la caja fuerte es la fecha del aniversario de nuestra boda". Lo siento
tío, tu mujer ya está gimiendo debajo del jardinero en las Bahamas después de
planificar tu asesinato y cobrar el seguro. Esos son los que más coñazo dan,
parecen putas telenovelas andantes. Incluso hay noches que te puedes dormir
como si tuvieras la radio puesta. Algunos son como la policía de los muertos.
Vigilan que no se ande jodiendo de un lado para el otro y viceversa. Los tíos
como yo no les caemos muy bien. Y, luego, algunos hay que quieren hacer daño a
todo lo que se mueve. Esos sí que son chungos de verdad. Si les cabreas estás
bien jodido: la cosa se puede convertir en el Panarnomal
Activity mezclado con Braindead. El abuelo también
puede verlos. La mayoría se van si cierras los ojos y no les haces caso. Me
dijo que con el tiempo aprendería que son mucho más útiles de lo que creía. Me
dejó algunos libros. Viejos manuscritos sobre cómo sacar imágenes en los ojos de
los recién muertos y de las cosas sin resolver que no dejan avanzar a los
difuntos.
Mi
primo está contra la furgoneta. Le están cacheando. Acaba de mojar los
pantalones. Está gimiendo como si la morena le hubiera hecho la mejor paja de
su vida. Vaya corrida, ni que fuera un burro. La rubia mira repugnada. No tiene
estómago de verdadero policía. Con la mano sobre el revolver me pide que abra
las puertas del congelador. Mientras lo hago, no puedo evitar decírselo. El
pobre no ha parado de suplicarme y gimotear mientras su adorada prole ejerce la
profesión que él le enseñó a amar.
—Tu padre
quiere decirte que está orgulloso de ti, eres una buena policía...— Susurro mientras se lo describo físicamente. La morena
tiene los ojos como platos, debía conocer también al viejo. Posiblemente fuera
su jefe, o quizás le haya visto en alguna foto. Craso error el distraerse. Se
han transformado en una hoja de otoño temblando bajo el aliento de la noche.
— Dice que
llegarás lejos. Que podrás vengarle de esos cabrones. Lo que me trae a
colación...
Abro
la compuerta. Ven los cadáveres de los niños. La epidemia en la barriada gitana
cerca del vertedero. Hoy han sido siete que nadie echará de menos. Antes de que
la morena pueda gritar, mi primo ya ha saltado sobre ella eléctricamente.
Siempre fue un tipo rápido. Le está devorando a mordiscos la garganta. Tiene la
manía de afilarse los dientes. Cuando se pone así, parece un congrio cabreado.
La modelo no tiene ni tiempo de reaccionar, está vomitando por el hedor cuando
le atrapo la mano y le quito el revolver. Lo último que veo son sus enormes
ojos azules antes de regalarle un tiro entre ceja y ceja. Al final estaba
equivocado: es igualita que su padre; quien, por cierto, me está mirando
carcomido por ese odio impotente que sufren todos los invisibles cuando
pasan cosas de estas. Le apunto con la pistola, aún humeante, es un gesto muy del cine negro, me encanta hacerlo. El primo
ya está cargando a las dos dentro de la furgoneta. Miro mi reloj, las cuatro. Tenemos tiempo de
meter a los niños en la trituradora, y echarles las especias, para la entrega
en esa hamburguesería de clase alta que se ha puesto tan de moda. El torso del
atropellado vuelve a mostrarse en una eterna rutina que alcanzará
el fin de los tiempos.
— Voy a guardar
su cadáver congelado dos semanas. Después, por respeto, incineraré la mayor
parte. El resto aparecerá en el territorio de esa banda que te frió a tiros. Prepararé las pruebas para que les incriminen. Irán a por ellos. Por lo menos tendrás venganza. Tengo buen corazón. Si me das
problemas, empiezan a llover ranas, chorrean sangre las paredes, o alguien del otro lado me quiere tocar los
cojones... le daré su congelado cuerpito de actriz porno aquí a mi primo. Se lo follará hasta que se descongele como va a hacer con el de su compañera.
Supongo que no has llegado a ver Nekromantik ¿no? Buf, soy un fanático del buen
cine. Luego lo picaré y se lo comerán entre pan de centeno, recién horneado, en
los restaurantes más selectos de la ciudad. ¿Entendido?
Se
desvanece limpiamente afirmando con la cabeza. Incendiamos el coche patrulla.
Son las cinco menos cuarto. Estamos a tiempo. Es lo que tiene compaginar oficio
y estudios, es la ostia de cansado. Pero oye, son las mejores hamburguesas de la
ciudad. Las pagan muy bien. Es el negocio familiar y nos gusta trabajar duro.
Médico y empresario cárnico.
Todo está conectado en la vida.
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